Nadie hará una película de este
poema.
Nadie lo adoptará como himno
ni escribirá un par de sus versos
en un escudo o una bandera.
Este poema no tendrá ni monumentos
ni calles con su nombre
y nunca será venerado en los
altares.
Lo escribí una noche cualquiera,
rodeado de gatos,
mientras las gotas y el roncar de
dos princesas
adornaban mi silencio derrotado.
Este poema no aparecerá en afiches,
ni ningún ministerio de ninguna
educación
decretará la obligatoriedad de su
lectura.
Este poema quedará entre tú y yo.
Yo que lo escribí
y tú, que sin saber como te ha
alcanzado
lo ingieres diariamente a
parpadeos.
Y aunque aparezcan poco, o muy
poco,
en sus no palabras se nombrarán
el brillo de tus ojos y tus rizos
rojos,
las flores vivas y el camino.
Describirá a la perfección
el tango que no bailamos,
la brisa que corre entre tus dedos
o cuantos alientos hacen falta
para llenar el cielo.
Este poema no busca luces de neón
ni panteones.
No quiere las ovaciones de ocasión
ni aparecer en todas las
televisiones.
Se conforma con ser lo que es.
Veinte minutos de dos vidas.
El cuarto de hora que tardó la mía
en escribirlo
y los cinco minutos que la tuya
empleará
en leerlo dos veces.
Porque, vas a volverlo a leer, ¿no?
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