Llueven máquinas de escribir
sobre las cabezas de los poetas.
Ellos corren evitando cornisas y
refugios
buscando esa gota que los alcance,
asesinándolos de agonía y de
placeres.
Los poetas cantan oraciones y
plegarias
para que vuelva a llover después de
haber llovido.
Para que se mojen las calles,
los abrazos y ese escondido lugar
donde planta semillas el olvido.
Llueven máquinas de escribir
en las ciudades, en los campos
de rojas madrugadas,
en los ojos del niño que paciente
espera su madurez siempre dormido.
Llueve en tus manos y en mi frente,
en mis oídos y tu saber cruzar
las piernas suavemente.
Llueve en mis sábanas y en tu
alcoba.
Llueve sobre el volar de la paloma
que representa la paz que no
tenemos.
Llueve sobre un mar que hoy trae
calma.
Llueve sobre la lluvia y en mi
alma.
Llueve dentro de ese cajón que abro
poco.
Por mi ventanal veo como corren sin
mojarse,
una mujer cargada con dos bolsas
y toda una vida cargada con
instantes.
Llueven máquinas de escribir
y ahora es la hora
de exiliar a los paraguas
para siempre.
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